Carlos Buxadé, Prof. y Dr. experto en temas agroalimentarios
C84 – Nº 238- JUNIO 2021

Dice el autor de este artículo, Carlos Buxadé, que en este “mundo nuestro” la sostenibilidad global, la economía circular y la innovación son los 3 pilares básicos y urgentes en los que tienen que focalizarse las empresas de nuestro sistema agroalimentario, y en concreto las de frutas y hortalizas, para ser internacionalmente competitivos. Porque la urgencia medioambiental, así como la concienciación ciudadana y la presión legislativa lo exigen. Ser conscientes de ello y trabajar en esta dirección es supervivencia.

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En todo sistema productivo, en este caso en el ámbito agrario y hablando en términos matemáticos, la sostenibilidad (entendida como “sostenibilidad global”) es, en general, altamente compleja dado que se sustenta en un modelo matricial; es decir, en un modelo de naturaleza matemática que posee más incógnitas que ecuaciones. Esta realidad obliga a trabajar con hipótesis.

Su objetivo fundamental es generar una situación real de equilibrio, como mínimo a corto y medio plazo (lo que implica afrontarla con una mentalidad proyectada al medio – largo plazo). Este equilibrio, en el caso que aquí nos ocupa, se refiere, en primera instancia, al sector agroalimentario, que globalmente está compuesto por 4 eslabones: el productor (agrario), la industria agroalimentaria, la distribución (en su sentido más amplio) y el consumo (consumidores; clientes y compradores).

2019. Debe considerarse el año de referencia, ya que el 2020 fue un año anormal.

Entender la necesidad de la sostenibilidad global

La mencionada sostenibilidad global debe comprender, necesaria y positivamente, siempre con una visión holística, las realidades técnicas, económicas, medioambientales, sociales e, incluso, culturales, del propio sistema productivo considerado (léase aquí, el de las frutas y hortalizas).

Desde una perspectiva filosófica de la gestión, esta sostenibilidad global es una condición necesaria, aunque no suficiente, para poder asegurar –que no garantizar– la viabilidad final del sistema productivo considerado en cada oportunidad.

La suficiencia en una economía sustentada en la ley de la oferta y la demanda, salvando en todo momento los sesgos y las limitaciones que pudieran existir, está siempre en las respuestas, en base económica del mercado.

Profundizando un poco más:

  • La sostenibilidad técnica. Se refiere al nivel tecnológico en que se fundamenta el sistema productivo considerado, y que le va a permitir optimizar en el tiempo la utilización de los factores de producción (básicamente: capital geográfico, capital financiero y capital humano).
  • La sostenibilidad económica. Se sustenta en el cociente entre el valor monetario de las calidades conseguidas y el coste final monetario también generado. Este cociente marca la capacidad inicial para ser competitivo del sistema considerado, en los nichos de mercado dónde incide o pretende incidir. Consecuentemente, define la posibilidad de poder mantener o no económicamente a medio–largo plazo la actividad productiva del sistema.
  • La sostenibilidad ambiental. Se fundamenta en la capacidad consolidada del sistema productivo para mantener un adecuado nivel de protección (un nivel no lesivo) y de respeto (cumpliendo la legislación vigente) respecto del medioambiente en el que está inmerso. Ello implica que el nivel de utilización de los recursos naturales por parte del sistema es sustentable a medio–largo plazo.
  • La sostenibilidad social. Comprende la aceptación real del sistema productivo por parte de la sociedad en la que medra el sistema productivo considerado en razón de que de una forma u otra contribuye positivamente al bienestar de esta sociedad (en el caso que aquí nos ocupa aportando positivamente bienes, frutas y hortalizas, a su alimentación).
  • La sostenibilidad cultural. Viene expresada a través de la consideración, eficiente y eficaz, de la gastronomía tanto a nivel nacional como regional y local. La Dieta Mediterránea, las Indicaciones Geográficas Protegidas (IGP) o las Denominaciones de Origen (D.O.), ejemplarizan la importancia de esta sostenibilidad cuya trascendencia no siempre es adecuadamente considerada.

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La economía circular. Implica, necesariamente, compartir, reparar, reutilizar, reciclar y renovar los materiales y los productos implicados a lo largo de la cadena, cuantas veces sea posible.

El papel del sector agroalimentario

Por otra parte, y en el contexto que aquí no ocupa, no cabe olvidar que el valor de la producción de la industria agroalimentaria española (alimentación y bebidas) se acercó el año 2019 a los 120.000 millones de euros corrientes (un 2% de nuestro Producto Interior Bruto, PIB). Con unas exportaciones netas que superaron los 32.000 millones, implicando a casi 437.000 personas, de las cuales un 36% fueron mujeres y de ellas un 52% respondían a un perfil de I+D+i.

De acuerdo con la opinión de Mauricio García de Quevedo, director general de la FIAB, la pandemia originada por la covid-19 en 2020 también ha afectado a este sector, tan importante de nuestra economía, especialmente por causa directa de la grave paralización temporal que ha sufrido el canal horeca (al que se destina el 30% de la producción de este sector agoralimentario): porcentaje que, en forma alguna, ha sido compensado por el incremento del consumo en los hogares.

Las primeras estimaciones disponibles en la actualidad hablan que durante el año 2020 puede haber tenido lugar el cierre de unas 800 empresas del sector; una reducción en la producción de unos 10.000 millones de euros corrientes; una caída de las exportaciones que puede acercarse al 8% o 10% y una reducción en los puestos de trabajo que puede oscilar finalmente entre el 5% y el 10%.

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Un riesgo. La alta vulnerabilidad, entendida como dependencia, de las frutas y hortalizas a las condiciones ambientales.

Las frutas y hortalizas. Puntos fuertes y debilidades

Por su parte, en 2019 (que es el que debe aquí de considerarse como referencia válida dado que el año 2020 ha sido “anormal”, por lo expuesto de la pandemia) el sector de las frutas y hortalizas contribuyó con más de 18.500 millones de euros corrientes a la Producción Final Agraria (PFA). De ellos, unos 9.700 millones correspondieron a hortalizas: casi 8.300 a frutas y el resto a patatas. Las frutas y hortalizas constituyeron el primer capítulo de la producción vegetal dado que, en el año referido aportaron más del 63% y casi el 37%, respectivamente de la PFA.

Hay que señalar que en el marco de la producción final de frutas, hortalizas y patatas se incluyen todas las producidas tanto para el consumo en fresco como las destinadas a cualquier tipo de transformación, incluyendo aquí las producidas, por una parte, para el mercado nacional; por otra, para ser remitidas al resto de los Estados Miembros (EE.MM.) de la U.E. y también las exportadas a países terceros.

Establecida la importancia real que tiene para la economía española nuestro sistema agroalimentario y, en él, el sector de las frutas y hortalizas, hay que hacer mención especial a la alta vulnerabilidad, entendida como dependencia, de los mismos a las condiciones ambientales. Y, por ello, de acuerdo con lo expuesto al hablar de la sostenibilidad global, las mismas también afectan a las realidades técnicas, económicas sociales y culturales. Evidentemente, esto no acontece o sucede en mucha menor medida en lo que atañe al complejo industrial español, que aporta más del 20% de nuestro PIB.

Por qué ser sostenibles

Todo lo expuesto hasta aquí da sentido lo referenciado en la primera parte de este artículo; a la visión de conjunto, global, integral u holística, de los factores mencionados al hablar de las partes o pilares que conforman la sostenibilidad global (técnicos, económicos, ambientales, sociales y culturales).

Evidentemente, si una de estas partes pierde estabilidad en el tiempo, ello afecta a las demás y el sistema se vuelve sumamente inestable y, por ello, a medio–largo plazo prácticamente insostenible.

Por lo tanto, el mantenimiento de la sostenibilidad global, a pesar de las dificultades que el mismo comporta, es fundamental para poder mantener equilibrado el sistema (la nefasta incidencia, inicialmente social y luego general, generada por la pandemia de la covid–19, ahorra cualquier otra aclaración).

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  • LA RESILIENCIA DEL SECTOR DE LAS FRUTAS Y HORTALIZAS
    Para Carlos Buxadé, el futuro pasa por actualizar y poner en valor las fortalezas intrínsecas que siempre le han caracterizado: diversidad de oferta, amplitud de calendario, capacidad de adaptación, etc.

Hacia una necesaria economía circular

Y es en este “mundo nuestro” (el Primer Mundo y especialmente el “mundo” de la Unión Europea), dónde la sostenibilidad global cada día se vuelve más importante (también a nivel legislativo, claro está, respondiendo a las crecientes demandas de los voceros que se atribuyen la representación de nuestra sociedad), cobra protagonismo creciente, sí o sí, la economía circular.

Entiéndase aquí por economía circular un modelo que interacciona a la producción y al consumo (mejor dicho, a la totalidad de la cadena alimentaria, aun no siendo ésta una cadena de valor). Una economía circular implica, necesariamente, compartir, reparar, reutilizar, reciclar y renovar los materiales y los productos implicados a lo largo de la cadena, cuantas veces sea posible Y todo ello con tres finalidades:

  1. Extender el ciclo de vida de los mismos.
  2. Reducir la generación de subproductos.
  3. Minimizar la producción de residuos y, consecuentemente, buscar optimizar la creación de valor añadido Y no se olvide, en este contexto, un dato muy relevante, la Unión Europea produce más de 2.500 millones de toneladas de residuos al año.

Por esta razón, el pasado mes de febrero, el Parlamento Europeo (PE) votó el plan de acción fundamentado en la economía circular, demandando a los Estados Miembros (EE.MM.) de la Unión medidas adicionales con el fin de avanzar de forma clara hacia una economía neutra en carbono, sostenible, libre de tóxicos y completamente circular en el año 2050. Las mencionadas medidas deben incluir leyes más estrictas sobre reciclaje y objetivos vinculantes para el año 2030 en lo que atañe a la reducción de la huella ecológica por el uso y consumo de materiales. Este plan afecta también naturalmente a todo el sistema agroalimentario de la Unión Europea y, por supuesto, a España.

En este contexto y ante todas las realidades expuestas, las empresas ubicadas en el seno de la Unión Europea (U.E–27) y vinculadas a nuestro sistema agroalimentario, y dentro del mismo al sector de las frutas y hortalizas, no tienen –en mi opinión– más remedio que focalizar en sus modelos productivos de forma prioritaria la consecución continuada de la sostenibilidad global de los mismos. Esta consecución lograda siempre desde la tantas veces mencionada visión holística de los factores considerados.

Su consecución permitirá a los empresarios implicados (subrayo la palabra empresarios) prevenir e identificar prematuramente, si procede, las alteraciones acaecidas y no deseadas en sus modelos productivos y, paralelamente, les posibilitará detectar opciones de mejora, fundamentalmente a través de la innovación.

Entorno VUCA. El mercado de frutas y hortalizas está muy marcado por la volatilidad de los precios y unas políticas y legislaciones cada vez más exigentes.

Los grandes retos por delante

Por todo ello, y ante la situación socio–política-legislativa que tenemos (muy distinta a la de otras regiones del mundo), en las empresas implicadas en nuestro sistema agroalimentario, y en concreto las del sector de las frutas y hortalizas, la sostenibilidad global, la economía circular y la innovación van a resultar, y están resultando ya, absolutamente claves para lograr ser internacionalmente competitivos.

Competitividad, sea dicho de paso, que es absolutamente imprescindible ante nuestros actuales niveles de autoabastecimiento y la realidad de unos entornos poco estables. Unos entornos –en clave de la lengua inglesa– VUCAS (volátiles, inciertos, complejos y ambiguos), que están muy marcados precisamente por la volatilidad de los precios y unas políticas, ego unas legislaciones, cada vez más exigentes, consecuencia de los compromisos medioambientales y de la globalización de unos mercados (de unos nichos de mercado, para ser más exactos) que están ubicados en unos entornos actualmente muy cambiantes.

Y en esta compleja situación, la resiliencia del sector de las frutas y hortalizas pasa por actualizar y poner en valor las fortalezas intrínsecas que siempre le han caracterizado: diversidad de oferta, amplitud de calendario, capacidad de adaptación, etc. etc.

Para ello, es fundamental que nuestros empresarios, inmersos en esta Unión Europea tan demandante, sean realmente capaces de superar tres retos:

  1. Incrementar la competitividad de sus empresas, reforzando su capacidad de inversión y de innovación.
  2. Facilitar el cumplimiento de los objetivos medioambientales impuestos por una PAC cada vez “más verde”.
  3. Desarrollar un sector, el de las frutas y hortalizas que se sustente en unas asociaciones de productores, eficientes y eficaces, bien incardinadas con el resto de la cadena.

En mi opinión, este es el camino a seguir, porque “no hay más cera que la que arde”.

 
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CARLOS BUXADÉ
Prof. y Dr. experto en temas agroalimentarios

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