

José Manuel Sirvent Presidente de Almendra y Miel
¿Cuántas empresas tienen 300 años de historia y además siguen siendo cien por cien familiares? Pocas, muy pocas. Almendra y Miel, propietaria de marcas tan emblemáticas como El Lobo, 1880 o Doña Jimena, es una de ellas. Entrevistamos a José Manuel Sirvent, presidente de la compañía, que nos habla del trabajo realizado durante los últimos 30 años para convertirse en ‘el proveedor global de la Navidad’ y de los proyectos en los que están inmersos en la actualidad para desestacionalizar el consumo de estos productos.
Cuando la Navidad acaba y se apagan todas las luces, después de semanas de frenética actividad, las empresas turroneras hacen balance y sin tregua comienzan a realizar sus previsiones para la nueva campaña, que para ellos comienza en marzo.
Viajamos a Jijona, la ciudad y cuna del turrón, para conversar con José Manuel Sirvent, presidente de Almendra y Miel, porque este es un momento muy especial para su empresa, una de las más longevas de nuestro país, que este año celebra su tricentenario. Miembro de la décima generación, José Manuel nació en una fábrica de turrón, como su padre, como su abuelo y como el resto de antepasados que han guiado los designios de esta empresa cuyos orígenes se remontan a 1725.
En total son diez las generaciones de ‘Sirvent’ que han estado al frente de la compañía, conservando el apellido original hasta nuestros días porque la transmisión de la empresa se hizo siempre por el sistema de ‘l’hereu’ catalán –el hijo mayor es el que heredaba la empresa familiar para preservarla–, pero con una variante valenciana que compensaba a los hermanos con tierras y otros bienes.
Aunque nacido entre turrones, José Manuel Sirvent soñaba con ser historiador. Su padre esperaba que estudiara derecho. “Estudiaré derecho si luego puedo hacer historia”, trató de negociar. “Tú estudia primero derecho y si apruebas, luego ya veremos”, contestó el padre.
Tras acabar el primer curso, y llegada la hora de comenzar historia, su padre no cedió. Nuestro protagonista se fue entonces a Estados Unidos para mejorar su inglés. Allí se matriculó en la universidad, pero no en historia, como cabría imaginar, sino en Business Administration. Tampoco esto satisfizo al padre. “No te voy a financiar la universidad”, le dijo. No le importó. Optimista y positivo por naturaleza, inmediatamente se puso a trabajar limpiando oficinas y realizando tareas de contabilidad.
Esa experiencia internacional, dice hoy, le fue muy bien porque le quitó complejos, le llevó a ser más práctico, más abierto de mente y a estar más preparado para la tarea que le tenía preparada el destino, porque el fallecimiento inesperado y prematuro de su hermano mayor (‘l’hereu’) y la delicada salud de su padre lo llevaron a hacerse cargo de la empresa familiar con tan solo 24 años.
A aquellos que os lo estéis preguntando, y como una muestra más de su carácter, os diré que José Manuel finalmente también se licenció en Historia por la UNED y, amante de la literatura, estudió esta materia online en la Universidad de Barcelona, “porque una persona puede ser multidisciplinar”. Y para controlar mejor la calidad de las materias primas de su empresa –la almendra–, hizo también un máster en Frutología. Además de castellano, valenciano e inglés, José Manuel habla francés y árabe, porque era la única manera de entenderse con sus colaboradores en Marruecos, y chapurrea el alemán para mejorar sus exportaciones. Escuchemos la historia en su propia voz.
“En Almendra y Miel no vendemos un producto: vendemos una tradición, vendemos consumir algo en la mesa con la familia”.

LAS FRASES DE JOSÉ MANUEL SIRVENT
“Mi padre me preguntó: ‘¿Tú qué es lo que quieres hacer?’. Le contesté: ‘Quiero ser el proveedor global de la categoría dulce y especialista de la Navidad’. Esa fue mi visión del futuro de la empresa y eso es lo que somos hoy”.
“Cuando empecé a dirigir la empresa, con tan solo 24 años, les decía a los comerciales: ‘Informes cortos y pedidos largos’, porque cuando uno hace un informe muy largo es porque no hay pedidos”.
“En 1994 nos preguntábamos: ‘¿Hacemos o no hacemos MDD?’. Mi padre era radicalmente contrario. Yo, en cambio, pensaba que como fabricantes no debíamos cerrarnos ninguna puerta”.