Charo Toribio, TDN
Nº 34 – AÑO 2020

La historia de la humanidad se está escribiendo desde hace millones de años. Durante todo este tiempo la creatividad, la cohesión del grupo y la tecnología han impulsado nuestra evolución. Como nos explica el antropólogo Ignacio Martínez Mendizábal, valores como el altruismo y nuestra capacidad creativa han sido constantes en la evolución humana y hoy continúan en nuestra “placa base”.

Ignacio Martínez Mendizábal
Antropólogo

antropologo

Ignacio Martínez Mendizábal (Madrid, 1961) es uno de los especialistas en Evolución Humana más destacados a escala internacional. Desde 1984 pertenece al equipo investigador de los Yacimientos Pleistocenos de la Sierra de Atapuerca, en Burgos. Junto a su equipo fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 1997. Actualmente es Profesor Titular de la Universidad de Alcalá y dirige la Cátedra de investigación en Otoacústica Evolutiva de HM Hospitales y la Universidad de Alcalá.
Licenciado y Doctorado por la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid, además, colabora como Profesor del International Center for Leadership Development de la Fundación CEDE y es Socio de Honor de la UNESCO desde 2012.

Charo Toribio. ¿Por qué es tan importante estudiar nuestros orígenes?

Ignacio Martínez: Necesitamos saber de dónde venimos, imaginar mundos pasados, porque eso nos hace felices y además porque en el pasado está la clave del presente. En este sentido, la paleontología y la antropología nos aportan el conocimiento profundo necesario. Nos ayudan a saber cómo hemos llegado hasta aquí, cuál ha sido nuestro camino evolutivo. Además las especies no somos, estamos siendo, todas las especies estamos en continua evolución. Nuestra forma de ser, nuestro cuerpo, nuestro metabolismo se han fraguado a lo largo de millones de años. Y la paleontología descifra estos conceptos a través de los fósiles. Generación tras generación hemos transmitido nuestra manera de ver el mundo, nuestros valores, a través de historias, de cuentos. Pero la paleontología es el “érase una vez” científico de la humanidad.
Además, nos sirve para confirmar o desmentir mitos. Por ejemplo, el machismo se ha basado en que desde la prehistoria los hombres eran más fuertes porque ellos salían a cazar y las mujeres se quedaban en la cueva. Pero los fósiles que hemos encontrado en Atapuerca nos han demostrado que esta teoría es falsa. Si hubiera sido cierta el dimorfismo sexual entre hombres y mujeres tendría que haber sido mucho más acentuado y, sin embargo, el dimorfismo sexual de hace 500.000 años es el mismo que el actual. Fue “un gustazo” encontrar estos datos con los que dinamitábamos la teoría de la superioridad de los hombres. Por tanto, la ciencia de la paleontología y la antropología nos permiten confirmar o desmentir teorías y mitos.

“Nuestra especie es la única capaz de aceptar a los diferentes, de lograr que no se queden atrás”.

Los seres humanos no somos ni la especie más rápida, ni la más fuerte, ni la más potente… ¿Qué nos ha convertido en la especie dominante?

Darwin respondió a esa pregunta identificando tres claves fundamentales. La primera es nuestro gran desarrollo tecnológico, es decir, nuestra capacidad para crear herramientas para materializar nuestras ideas y objetivos. Ninguna otra especie se acerca a nuestro desarrollo tecnológico.
La segunda es la extraordinaria capacidad para trabajar en equipo. Nuestras organizaciones son las más complejas. En otras organizaciones animales, como las de las abejas o las termitas, sus miembros actúan como “robots biológicos”, reaccionan por feromonas. Pero las personas no. Somos capaces de sacrificarnos por los demás conscientemente. Y lo hacemos a menudo. El éxito de la cooperación humana es que está formada por individuos que colaboran estrechamente sacrificando sus intereses individuales en aras de un bien común. Cuando lo hacemos somos conscientes de lo que perdemos, sabemos que ese tiempo, ese dinero lo podríamos dedicar a otra cosa. Esa generosidad, ese altruismo es único en la especie humana.
Y el tercer factor es lo que Darwin denominó la teoría de la competencia de grupo, que significa que más allá de la selección natural, basada en genética, nuestra supervivencia no depende solo de nuestro desarrollo individual, sino que depende de cómo le vaya al grupo del que formamos parte. Es decir, si el grupo desaparece, nosotros desaparecemos con él. Nos interesa la supervivencia del grupo porque de su supervivencia depende también la nuestra. Por tanto, la clave de la evolución humana es nuestra capacidad de formar grupos imbatibles, que se quieren y comparten valores.

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  • Ignacio Mendizábal (derecha) entrega un fósil descubierto en la sima de los huesos a Juan Luis Arsuaga, codirector de los yacimientos de la sierra de Atapuerca.

LA SIMA DE LOS HUESOS

Las excavaciones sistemáticas en el yacimiento de la Sima de los Huesos, en Atapuerca (Burgos), comenzaron en 1984. “Hasta ahora hemos descubierto más de 7.000 fósiles humanos. Hemos encontrado más fósiles allí que en el resto de yacimientos del mundo juntos. Además, pensamos que solo hemos descubierto la mitad de los fósiles de este yacimiento. Es el más importante para la Antropología”, afirma orgulloso Ignacio Martínez Mendizábal, miembro del equipo de excavaciones de Atapuerca.

¿Qué valores se han mantenido constantes en la evolución humana?

En la historia de la humanidad se ha ido forjando lo que denominamos el “alma paleolítica”, los valores que han cohesionado los grupos y que les han permitido sobrevivir. Estos valores están en nuestros genes, en nuestra forma de ser, en nuestra “placa base”. Por ejemplo, la confianza -confiamos en quienes nos dicen la verdad, en los que son coherentes entre sus actos y sus palabras-, la solidaridad o el respeto, son valores comunes a toda la raza humana. Tienen un origen genético, forjado en la evolución, que se mantendrá en las próximas generaciones.
Y a través de la paleontología hemos visto estos valores fosilizados. Un ejemplo espectacular lo encontramos en la Sima de los Huesos, en Atapuerca. Allí descubrimos un cráneo de una niña que tendría unos 10 o 12 años. Nos llamó la atención porque era muy evidente que sufrió una patología en el cráneo que afectó de forma severa a su desarrollo. Sus huesos se fusionaron antes de tiempo y el cerebro no pudo crecer con normalidad. Además, por la forma de la mandíbula sabíamos que tenía la cara deformada y por cómo estaba su encéfalo, sufría un retraso psicomotor. Por tanto, era deforme y muy lenta. Pero el grupo no la rechazó. Otras especies sí que rechazan a los ejemplares más débiles, por selección natural. Pero nuestra especie es la única capaz de aceptar a los que son diferentes, capaz de hacer que nadie se quede atrás.
Otra gran demostración de “amor fosilizado” son los restos del primer acto funerario, que también encontramos en Atapuerca. Comprobamos que se ocupaban de los muertos. ¿Por qué lo hacían, si era una pérdida de energía y de tiempo? Porque se querían tanto en vida que querían mantener el vínculo después de muertos. Somos la única especie que ha logrado que los muertos continúen presentes en la vida de los vivos.

“El éxito de la cooperación humana se basa en individuos que colaboran, sacrificando sus intereses individuales, en aras de un bien común. Un altruismo único en la especie humana”.

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