23/10/2018
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Marta García Aller
Autora de ‘El fin del mundo tal y como lo conocemos’

Observar el mundo que desaparece y las tendencias que emergen ante nuestros ojos es para la periodista Marta García Aller la forma más fácil de mostrar lo que está por venir. En su libro “El fin del mundo tal y como lo conocemos” (Editorial Planeta) nos habla de las cosas y las ideas que se acaban con el fin de entender cómo fuimos, cómo somos y en qué podemos convertirnos. García Aller nos habla del fin del trabajo, el petróleo, el cash, las tiendas… Dice que está cambiando nuestra percepción del tiempo, la privacidad, la paciencia, la empatía, la edad… Nos anticipa un futuro no muy lejano en el que muchos ‘imposibles’ se van a hacer realidad.

“Me encuentro con mucho directivo que está deseando jubilarse para irse a jugar al golf y que no le pille esta ola de cambio. También hay gente que sólo ve oportunidades, porque nadie quiere ser el herrero del siglo XX que al ver el crecimiento de las ciudades creyó que iba a forrarse herrando caballos”

Rosa Galende: ¿Por qué ha escrito “El fin del mundo tal y como lo conocemos”?

Marta García Aller: Como periodista llevo muchos años haciendo información económica, sobre tendencias, tecnología… y me asombra que la gente en general no esté al corriente de las cosas tan fascinantes que están desarrollando muchas empresas, teniendo en cuenta además que pueden afectar a nuestro día a día. La información económica no es algo que pasa en las páginas salmones; lo que ahí se decide es algo que nos cambia la vida. El futuro es algo que a todos nos interesa.

El futuro parece difícil de anticipar…

Un periodista trabaja con palabras y contando hechos. Muchas formas de trabajar están quedándose obsoletas, muchos de los aparatos y de las tecnologías del siglo XX ya no son tan relevantes como en el pasado. La transformación digital no deja indiferente a nadie. ¡Tampoco la prensa escapa a este proceso! Aunque lo que va a venir no lo sabemos, una manera de entender bien lo que está pasando es tratar de identificar cuáles son las situaciones, las tecnologías y los procesos que casi sin darnos cuenta vamos a dejar atrás.

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Marta García Aller es periodista de El Independiente y colabora con el programa Más de Uno de Onda Cero. Anteriormente pasó por las redacciones de El Mundo, Actualidad Económica y Agencia Efe. Es profesora asociada del IE School of Human Sciences & Technology del IE Business School. Entre otros reconocimientos a su labor como periodista ha recibido el Premio AECOC de periodismo 2015.

LAS COSAS QUE SE ACABAN

¿Cuáles son esas cosas que estamos dejando atrás?

Muchas, sin duda. Entre ellas destaca el trabajo. En el libro menciono que el 60% de las tareas que hoy realizamos no se van a llevar a cabo nunca más. En general la gente es consciente de los cambios que se están produciendo alrededor del trabajo debido a la digitalización, pero si le preguntamos si creen que el suyo propio está en riesgo de desaparecer dicen que no. Con frecuencia somos capaces de ver la tendencia global pero no cómo nos afecta a nosotros. Seguimos pensando que somos imprescindibles y, sin embargo, muchas tareas las haría mejor un algoritmo. Ya lo vimos durante la revolución industrial con la automatización de las fábricas en los siglos XIX y XX; ahora lo veremos en las oficinas, los despachos de abogados, las consultas de los médicos… Todos esos trabajos, que pensábamos que tenían que ser profundamente humanos, van a ser también automatizados por los algoritmos.

Cierto, cada vez dejamos más decisiones de nuestro día a día en manos de la inteligencia artificial…

Y lo hacemos porque nos resuelve problemas. La inteligencia artificial está aquí para hacernos la vida más fácil. Los humanos vamos a estar de acuerdo en que los algoritmos nos simplifiquen la vida en muchas ocasiones –adiós a la privacidad–, pero otras veces nos va a parecer que están siendo demasiado intrusivos. Esas líneas rojas están todavía por definir. La sensación de no saber cuánta información personal estamos dando a las empresas está generando inquietud. ¿Va a parecernos bien que haya empresas que sepan todo lo que vemos en televisión, las tiendas a las que vamos, lo que compramos o si hemos pagado con el móvil o con tarjeta de crédito o nos va a parecer intrusivo? Esta es una decisión que tienen que tomar los consumidores. El big data es algo maravilloso y eficiente, pero hay que tener cuidado con cómo se utiliza.

Las empresas deben saber que la privacidad va a jugar un rol central en su negocio, no importa a lo que se dediquen. Garantizar que los datos de sus clientes están bien preservados será fundamental como ha demostrado el escándalo de Facebook con Cambridge Analítics y otros ataques de ciberseguridad que se han producido durante el año.

Ciberseguridad. La privacidad va a jugar un rol central en los negocios.

Hablar de “el fin del mundo tal y como lo conocemos” da, cuando menos, respeto.

Nadie dice que el mundo que viene no sea mejor, todo dependerá de cómo lo gestionemos. Para cambiar solo se necesita humildad y ganas de aprender. Sin embargo, me encuentro con mucho directivo que está deseando jubilarse para irse a jugar al golf y que no le pille esta ola de cambio. También hay gente que sólo ve oportunidades, lo que pasa es que nadie quiere ser el que invirtió en los videoclubes a mediados de los noventa, ni el herrero del siglo XX que creyó que como las ciudades no paraban de llenarse de gente iba a forrarse porque tendría que herrar los caballos. Muchos empleos, negocios y tiendas van a extinguirse. Lo de las tiendas no es de futuro, sino de presente. Ya el año pasado The Wall Street Journal hablaba del “apocalypse retail”. Las ventas online están transformando la forma de comprar. Es el fin de la caja registradora.

¿Apocalypse retail? Muchos negocios y tiendas van a extinguirse. Es el fin de la caja registradora.

También los intermediarios lo van a pasar mal…

Hoy la conectividad y el blockchain nos permiten resolver directamente cuestiones para las que antes necesitábamos agencias o intermediadores porque no confiábamos en el otro. Los intermediarios tienen que reinventarse y buscar su valor añadido. Y tan intermediarios son tanto los prestatarios logísticos como las entidades financieras. ¿Para qué sirven los bancos? En el siglo XX eran las instituciones que avalaban el valor y resguardaban el dinero para los intercambios, pero si tenemos una tecnología que permite hacer intercambios entre desconocidos con total seguridad, ¿cuál será el papel de las instituciones financieras? No les queda más remedio que reinventarse como lo están haciendo, porque el valor está trasladándose de los productos a los servicios. El que ofrezca buenos servicios y gestione bien los datos va a incrementar su valor, el que no, lo va a pasar peor.

Otra de esas cosas que desaparecen es el dinero. “Hasta los indigentes en Estocolmo aceptan tarjetas de crédito”, dice en su libro.

También los músicos callejeros en Londres tienen su TPV para cobrar. Es que ya no llevamos monedas en los bolsillos… Y, sin embargo, todavía hay negocios que no aceptan pagos de 2 o 3 euros. Mientras escribía el libro hice la prueba: estuve un mes en Madrid sin llevar ni una sola moneda. Y no tuve ningún problema, a excepción de la churrería que hay debajo de mi casa. Pero sin churros se puede vivir. Incluso para los carritos del supermercado hay ‘monedas de plástico’. También visité Estocolmo, la ciudad en la que primero desaparecerá el efectivo, porque el gobierno sueco ha marcado el año 2030 como fecha límite para ello.

El cash desaparece no solo porque otros sistemas son más cómodos, sino también porque a las entidades financieras les ahorra los costes de mantener limpio y seguro el dinero en circulación. Hay un interés económico en que desaparezca el efectivo porque ya se han inventado sistemas tecnológicos más eficaces que tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Dependerá de nosotros la rapidez con la que lo aceptemos. Este cambio es irreversible y creo que en una década las monedas nos parecerán un objeto vintage.

Según sus observaciones, al petróleo le queda un corto tiempo de vida.

Los expertos sitúan el pico de demanda de petróleo entre los años 2020 y 2029. El reinado de las renovables está a la vuelta de la esquina. Prescindiremos también del carbón y del gas. El hecho de que nos vayamos convirtiendo en usuarios en vez de en propietarios influirá también en la desaparición del combustible rey del último siglo. El punto de inflexión para el petróleo se producirá cuando los aviones empiecen a utilizar combustibles sintéticos. Y un mundo sin petróleo traerá una nueva geopolítica mundial.

Adiós al petróleo. El reinado de las renovables está a la vuelta de la esquina. Un mundo sin petróleo traerá una nueva geopolítica mundial.

LAS IDEAS QUE SE ACABAN

En su libro habla también de las ideas que fueron y ya no son.

El dividir las ideas políticas en ‘izquierda’ y ‘derecha’ nos ha servido para explicar el mundo durante mucho tiempo. Poco a poco estamos entrando en un nuevo contexto, de gran interés para las empresas y el comercio internacional, que parece dividir el mundo entre ‘abierto’ –el de los que están a favor del libre comercio y la libre circulación de bienes, de mercancías y de personas– y ‘cerrado’ –el de los movimientos más centrípetos de los nacionalismos que creen más en el proteccionismo y en cerrar fronteras–.

Esto está generando un cambio de mentalidad. Así tenemos situaciones como la de Italia, donde la extrema derecha y la extrema izquierda gobiernan juntas porque coinciden en esa visión cerrada. También hay proteccionismo en la América de Trump y la guerra comercial que ha iniciado con Europa y con Asia, que poco tiene que ver con las ideas liberales que el partido republicano ha defendido en el pasado. Ese prisma de izquierda y derecha está dejando de servirnos para explicar el mundo que viene. Es algo inevitable. La tecnología nos cambia la manera de vivir, de relacionarnos y de entender el mundo.

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CHATBOTS: LA LLEGADA DEL COMERCIO CONVERSACIONAL

”Estamos asistiendo al fin del mando a distancia, de los motores. Vamos a dejar de tocar las máquinas para pasar a hablarles. Ya no tendremos que tocar un botón para calentar algo en el microondas o encender el aire acondicionado, simplemente se lo vamos a pedir. La voz es la forma que tenemos los humanos de relacionarnos con el mundo. El telemarketing encabeza todas las listas de profesiones que van a desaparecer, porque ya existe la tecnología que hace posible hablar con una máquina como si fuera un humano. Google presentó su chatbot de forma muy audaz, diciéndole al cliente que le permite pedir cita en la peluquería o mesa en un restaurante. Es una manera muy inteligente de vender este servicio: se dirigen al cliente pero con un mensaje hacia las pymes que por un precio muy asequible van a poder mecanizar ese trabajo rutinario”.

Con el mundo digital está cambiando hasta la concepción que tenemos del tiempo.

Nuestro concepto del tiempo es heredero de esa época industrial en la que los trenes nos forzaron a sincronizar los relojes entre ciudades. La puntualidad es un invento pensado literalmente para evitar que choquen los trenes. Si una tecnología como el ferrocarril nos cambió la concepción del tiempo, ¿cómo no lo hará una tecnología que nos permite estar conectados 24 horas al día o al menos las 18 que estamos despiertos? Consultamos el móvil unas 80 veces al día; esto sin duda nos cambia la manera de percibir el mundo, el tiempo y de relacionarnos con los clientes y con las empresas.

Es ‘el fin de la paciencia’. Todo lo queremos para ya.

No sabemos cómo vamos a ser de impacientes en el futuro, pero sí sabemos que los tiempos que parecían razonables en el siglo XX ya no son los tiempos del siglo XXI. No hay más que ver cuánto tardamos en resolver una duda en una discusión durante una cena con los amigos. ¡Tardamos 10 segundos en consultar la duda en Google! Tener Google en nuestras vidas nos ha cambiado la percepción del tiempo.

CADA VEZ MÁS ALDEA

¿La idea de globalización avanza con la digitalización o retrocede? ¿Vamos hacia un mundo de extremos –lo ‘muy global’ versus ‘lo muy local’?

En los noventa pensábamos que internet derribaría muros y nos conectaría en una ciudadanía global. Hoy estamos viendo que conforme avanzan el proteccionismo, el populismo, las fake news… somos cada vez menos globales y más aldea. Es verdad que podemos tener en nuestro muro de Facebook a 500 personas que viven en tres continentes diferentes, pero cuando alguien piensa o dice algo con lo que no estamos de acuerdo y votamos en negativo estamos retroalimentando que nos llegue información solo de gente que piensa como nosotros. A lo mejor estoy conectado con una persona que está a miles de kilómetros pero sólo estoy consumiendo aquello que me da la razón. ¿Qué globalidad es esa que lo que hace es crear un filtro para retroalimentar nuestros propios prejuicios? El algoritmo está programado para darnos la razón y eso crea una sensación muy artificial de consenso. Luego, cuando nos encontramos con alguien que piensa de manera distinta no sabemos cómo gestionar esa conversación. Al final uno tiene la sensación de que tiene la razón porque todo el mundo piensa como él, pero no es ‘todo el mundo’, es la gente que te ha mostrado tu red social o tu muro, porque el algoritmo está programado para que estés el mayor tiempo posible frente a la pantalla. Está comprobado que si me lleva la contraria, apago y punto; pero si me muestra contenido que me gusta voy a darle un like. Estamos consiguiendo informarnos de una manera cada vez más viciada por nuestros propios prejuicios, de forma que no podemos hablar de información sino de desinformación. Creo que esto es uno de los retos que tiene la democracia: tener opiniones públicas bien informadas y sociedades sanas.

¿Qué consecuencias puede tener esto para la sociedad, las empresas, la vida política…?

Tiene implicaciones muy serias que están preocupando a las propias empresas tecnológicas. Están dándose cuenta de que tienen que oxigenar ese ciclo de contenidos para hacerlo más plural, porque si no vamos a tener cada vez ciudadanos y consumidores más mimados y narcisistas que rechazan lo diferente. Y el rechazo a lO diferente es lo contrario a lo que necesita un ambiente de innovación. La innovación requiere que queramos explorar cosas nuevas. Desde mi punto de vista es muy importante para los gobiernos y las empresas generar un contexto de mentes más abiertas, de manera que seamos más globales y menos aldea.

EN LA ERA DE LA POSTVERDAD

INFORMACIÓN Y FAKE NEWS. Vivimos en un mundo saturado de información gratuita y al alcance de la mano. Pero a la vez, ¡nunca ha habido tantos bulos circulando por ahí! A mí me sorprende ver a gente que se supone formada dando crédito a las cosas absurdas que cada día nos llegan por Whatsapp. La manera que tenemos ahora de consumir información es un poco bulímica: la absorbemos sin ningún espíritu analítico ni crítico. Por eso la figura del periodista se hace más relevante no sólo como proveedor de información veraz, sino también para diferenciar lo verdadero de lo falso. ¿Pagaremos por la información? En una inundación, ¿quién pagaría por el agua si nos rodea por todas partes? Pues en una inundación una de las cosas más valiosas que puede haber es el agua potable. A lo mejor no pagaremos por informarnos, pero sí estaremos dispuestos a pagar porque alguien seleccione para nosotros la información relevante y fiable, ahora que no tenemos tiempo de casi nada.

¿LA VERDAD INTERESA?.Sí, la verdad interesa. Hay que huir del periodismo banal. Al lector hay que aportarle valor y no hacerle perder el tiempo. Hoy el smartphone es la plataforma fundamental de lectura. La intuición nos hacía pensar que solo leeríamos textos cortos en el móvil, pero no es así. Hoy hay mucha más demanda de contexto. Necesitamos menos flashes y más fotografía general. Es el momento de apostar por ello.

REDES SOCIALES.Las redes sociales –que nos dan un feedback no solo frecuente sino instantáneo– son un arma de doble filo para las empresas. Pueden ser muy útiles para recabar información pero también muy dañinas si tratamos de complacer siempre la opinión de quien está al otro lado. Tenemos que tener en cuenta a las redes sociales pero no ser sus esclavos. El cliente no siempre tiene razón.


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EL FIN DE LA EMPATÍA

La empatía, que es lo que nos hace profundamente humanos, parece que también está en peligro.

De todos los ‘finales’ este es uno de los que más me preocupa porque la empatía está muy relacionada con la felicidad. Si dentro de 50 años el trabajo lo realizan las máquinas quizá nosotros nos dedicaremos a la creatividad, a la familia, los amigos… Haremos lo mismo que la aristocracia a lo largo de la historia o los griegos en la época de Pericles; no estamos inventado nada. Otra cosa es que se universalice esa forma de vivir, como sucedió con la alfabetización. En todo caso, habrá que ver qué es para nosotros la felicidad en el año 2060 o 2070.

Según algunos estudios, la empatía está desapareciendo porque nos comunicamos menos cara a cara y hablamos menos por teléfono. He tenido que explicarles a muchos millennials que una conversación no es enviar mensajes de audio sino hablar simultáneamente, escuchar y estar atento a la reacción de la otra persona. Se escucha menos, lo que tiene que ver con el final de la paciencia. De hecho, medimos la intensidad de las relaciones por la rapidez con que responden a nuestros mensajes. Si alguien tarda varios minutos o incluso horas en contestar un mensaje después de leerlo –de que veamos el doble check– nos lo tomamos casi como una ofensa personal.

La manera de comunicarnos está cambiando cómo se forjan las relaciones humanas, la amistad e, incluso, la relación entre padres e hijos. Tecnologías como whatsapp acercan a los que están lejos, lo que está muy bien, pero alejan a los que están cerca…

Quizás no siempre estamos haciendo un buen uso de la tecnología…

Seguramente en un futuro, cuando revisemos esta época de transición digital, nos sorprenderá el uso hoy que hacemos de la tecnología, igual que ahora nos asombra ver que antes no usábamos cinturón de seguridad ni sillitas para los niños en los coches.

Igual cuando veamos imágenes de esta época con el móvil encima de la mesa durante la cena con nuestros hijos pensaremos que éramos unos inconscientes. Pero en cierta forma es comprensible: esta es una tecnología extraordinaria y poderosa que ha llegado de repente y no tenemos los protocolos para usarla. No somos conscientes de los riesgos. Lo mismo sucedió en el siglo XX. Hubo un tiempo en el que la cocaína se vendía en la farmacia. Ahora sabemos que eso no se hace. Todavía tenemos muy diluidos los usos y los riesgos de muchas de las tecnologías que han irrumpido en nuestras vidas.

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Dice Marta García Aller que en el futuro los robots realizarán gran cantidad de tareas. A las personas nos queda la posibilidad desarrollar la individualidad, la creatividad, la intuición, la empatía… Todas esas cosas que nos hacen profundamente humanos, que es lo que no tienen los algoritmos ni la inteligencia artificial.

NUEVOS MODELOS DE NEGOCIO

La tecnología está cambiando los modelos de negocio.

Es muy interesante revisar cómo se vivió en el siglo XIX la llegada de la máquina de vapor o la electricidad. Sería ingenuo pensar que fue una máquina la que lo cambió todo sino más bien una combinación de muchos factores. Igual que no hubo ninguna profesión del siglo XIX que siguiera siendo la misma en el XX con la aparición de la electricidad, sería ingenuo pensar en el siglo XXI que esto de internet no va contigo. ¡Quién les iba a decir a los taxistas hace 5 años que internet iba a poner en jaque su ‘su modelo de negocio’!

El mundo conectado no va a dejar a nadie indiferente. Si lo comparamos con la electricidad sería como pasar de un mundo apagado a un mundo encendido.

Cambia la percepción del tiempo, del espacio, el sentido del trabajo… Las condiciones laborales de las que disfrutamos hoy en día son las que reivindicaron los movimientos obreros en el siglo XX consiguiendo, por ejemplo, el descanso durante los fines de semana. Ahora, sin embargo, se habla del fin del weekend. Si estamos todo el fin de semana mirando el correo, contestando e-mails, ‘apagando fuegos’, ¿hemos desconectado realmente? ¿Llegaremos a instaurar el derecho a la desconexión como en otros países?

Las tecnologías están cambiando las reglas del juego, pero esto ya ha pasado antes muchas veces. Lo que tenemos que hacer ahora es dar respuesta a estos nuevos retos. Los derechos de los trabajadores no son los mismos en un mundo conectado que en uno desconectado y todavía no tenemos resuelto qué es lo más justo para la empresa y para el empleado. Hay que negociar otra vez.

La tecnología, el nuevo inglés. No hace falta ser un experto, pero sí saber perdirle lo que quieres.

Las empresas y las personas que las formamos, ¿nos estamos adaptando adecuadamente al nuevo entorno?

Hay desconcierto y mucha incertidumbre. Y de la incertidumbre surge el miedo, que no es precisamente la mejor energía que debemos tener para adaptarnos. Si tienes miedo al cambio no vas a poder adaptarte. La curiosidad es más positiva.

Usted, que ha entrevistado a científicos y pensadores de primer nivel, ¿cuál cree que es la tecnología que más nos va a cambiar a todos la vida?

Lo que más me sorprende es que hoy ningún científico o pensador utiliza la palabra imposible, ni siquiera los más escépticos. Incluso hablan con naturalidad del fin del envejecimiento. Tratar el envejecimiento como una enfermedad –que de momento no tiene cura– es algo profundamente novedoso. Si se frenara el envejecimiento se conseguirían grandísimos avances para hacer frente a enfermedades degenerativas como el parkinson, el alzheimer, el cáncer… que son la gran preocupación del mundo occidental y están profundamente relacionadas con el envejecimiento.

La ‘fuente de la eterna juventud’ ha sido una vieja aspiración de la humanidad.

Biólogos, gerontólogos y sociólogos dicen que vivir más y más sanos nunca ha supuesto un problema para la humanidad. Otra cosa sería alargar la esperanza de vida sin poder disfrutar de una determinada calidad que haga que merezca la pena vivirla. ¿Qué uno se aburre? ¡Ojalá ese fuera el problema! Entonces la cuestión sería cómo organizar esa sociedad.

María Blasco, una gran investigadora y directora del CNIO, ha escrito un libro sobre cómo vivir 140 años, siendo ésta una edad razonable a la que podemos aspirar los humanos a medio o largo plazo. Actualmente duplicar la esperanza de vida puede sonar a ciencia ficción, pero es que en el siglo XX la triplicamos. Antes del invento de la penicilina, en España la esperanza de vida era de 30 años por la elevada tasa de mortalidad infantil, así que ¡ya lo hemos vivido anteriormente!

Con tanta gente válida investigando –y más con el campo que abre la genómica– sería muy presuntuoso pensar que ya está todo inventado. Hoy ni los científicos más escépticos utilizan la palabra imposible.

Un mundo conectado. Si lo comparamos con la electricidad, estamos pasando de un mundo ‘apagado’ a un mundo ‘encendido’.

AECOC cuenta con 29.000 empresas asociadas, en su mayor parte pymes. ¿Hay futuro para ellos en ese mundo que viene?

Insisto, un mundo con internet no va a dejar indiferente a ningún negocio. Las nuevas tecnologías, antes solo al alcance de los grandes, están llegando a los negocios pequeños y medianos. Esta es una grandísima oportunidad para las pymes, que pueden adaptarse mucho más rápido al cambio. Las grandes estructuras del siglo XX tienen que invertir muchísimo más para conseguirlo. Hay empresas que empezaron fabricando telégrafos y ahora son punteras en inteligencia artificial. Esto está al alcance de cualquier compañía que tenga ca.pacidad de adaptación. Ahora hasta los pequeños negocios pueden llegar directamente a un cliente final que está a gran distancia, algo imposible hace 10 o 15 años.

Creo que las empresas y las personas tienen que adaptarse al nuevo contexto y enfocarse en las competencias que van a ser necesarias para el futuro. Eso va a requerir invertir mucho en formación. El que vayan a desaparecer tareas de las empresas, sean grandes o pequeñas, no quiere decir que esa gente no vaya a ser necesaria dentro de la fuerza comercial y laboral de las compañías, pero hay que formarla en tecnología para garantizar el futuro.

La tecnología es el nuevo inglés. Al igual que nuestros padres nos decían cuando estudiábamos en los años setenta y ochenta que debíamos aprender inglés como algo fundamental para nuestra vida laboral, ahora es la tecnología, independientemente de a lo que te vayas a dedicar. No hace falta que seas un gran experto, pero tienes que ser capaz de pedirle al experto lo que quieres. Si no sabes de qué es capaz la máquina ni siquiera se lo puedes encargar.

EL RETO DE FORMAR A LOS PROFESIONALES DEL FUTURO

  • La educación y el final de los trabajos son los dos grandes ejes del cambio que estamos viviendo. Deberíamos dejar de ver la educación como algo asociado al comienzo de nuestra vida, cuando somos niños o jóvenes, que concluye cuando damos el salto al mundo laboral. En un mundo que cambia tan deprisa somos novatos constantemente. Sería ingenuo pensar que los conocimientos que tengan los licenciados en ingeniería, medicina o derecho en 2018 van a servirles en 2050, ¡y son solo 30 años!
  • Tenemos que poner en el centro de la vida de las personas la capacidad de reinventarse. En un mundo en el que van a desaparecer tantas profesiones, esas personas no tienen que dejar de ser útiles a la sociedad. Lo que dejó de ser útil es el conocimiento que habían adquirido. La experiencia tenía un valor en el siglo XX, pero se está perdiendo en el siglo XXI. Es decir, en un mundo que cambia tan rápido la experiencia pierde valor y lo adquiere la capacidad de adaptación. Y esta no tiene edad. Hace falta desaprender muchas cosas, mucha humildad y ganas de aprender otras nuevas.
  • Si la inteligencia artificial libera a los profesores de sus tareas rutinarias –corregir exámenes y trabajos, por ejemplo– van a tener tiempo para dedicárselo a un seguimiento personalizado de cada alumno. Así estaríamos ayudando a cada uno a aprender en la medida de sus posibilidades y a desarrollar sus verdaderos talentos. Además, cada alumno aprendería a su ritmo. No a todos los niños de 8 años hay que ponerles los mismos zapatos por tener 8 años. La diferencia que respetamos en los pies no la respetamos en la mente. Les hemos querido educar como si fueran una cadena de montaje. Hay mucho campo para desarrollar la individualidad, la creatividad, la intuición, la empatía… todas esas cosas que nos hacen profundamente humanos, que es lo que no tienen los algoritmos ni la inteligencia artificial.

¿Tienen las empresas la mentalidad adecuada para afrontar los cambios que están produciendo?

En apenas un año la mentalidad ha cambiado. El cambio tan vertiginoso que hemos visto en la política también lo estamos viendo en las empresas. Hace un par de años había gente que estaba convencida de que podría seguir haciendo las cosas en un futuro igual que las venía haciendo desde hacía 20 años, porque esa había sido su receta del éxito. Hoy me encuentro con muchos empresarios, consejeros delegados y presidentes de compañías que están haciendo un esfuerzo por adaptarse. Esto me da mucha esperanza en el futuro. Hace un par de años creían tenerlo todo controlado.

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Vivir 140 años. Duplicar la esperanza de vida puede sonar a ciencia ficción, pero es que en el siglo XX la triplicamos.



Estamos viendo también una eclosión de start-ups y cómo las grandes empresas se acercan a este talento emergente.

Que grandes empresas que estén invirtiendo mucho dinero y esfuerzo en apoyar a emprendedores en áreas que no tienen que ver con su core business, pero que entienden que van a ser relevantes en un futuro, me parece un síntoma de inteligencia. Los dinosaurios grandes fueron los primeros en extinguirse porque tuvieron más dificultades para esconderse o cambiar. Por eso las grandes empresas están comprando las startups más innovadoras. Ver por qué desaparecen unas empresas y cómo se adaptan otras puede ayudar a que nos tomemos más en serio esta gran transformación, que es fascinante y está llena de oportunidades.

Además de recomendar la lectura de tu libro, ¿qué consejos darías a los directivos de las empresas para afrontar el cambio?

Si leen mi libro se lo van a pasar bien. Les va a generar inquietud pero también les va a dar muchas ideas. Les aconsejaría que paseen por su empresa mirando alrededor de manera honesta y se planteen qué es lo que puede desaparecer con la inteligencia artificial. A lo mejor descubren cosas que solo puede hacer un humano; pues esas serán las cosas en las que hay que invertir. Al resto habrá que estudiar cómo les va a afectar digitalización, porque que no nos guste no significa que no vaya a pasar.

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